Love is like a bucket because it´s orange.

El que tenga ojos para leer que lea

29.8.10

Psicodelia epistolar

Sonidos intermitentes. Un sonido y cinco minutos de silencio. Otro sonido y nada. Luego se hizo más insistente, hasta parecer una sirena de bomberos. Como si alguien se hubiera pegado a él, el timbre no paraba de sonar. No sé a ciencia cierta cuanto tiempo pasó, pero parecía mucho. Era como un mantra que me sumergía en un sopor agradable y continuo. Paró. Y volví a la realidad. No puedo dejar de mirar el cuadro torcido. Yo no lo colgué así. El marco dorado brilla demasiado. Otra vez el timbre. Me despego de la silla, primero se despega el pantalón y luego mi pierna. Al abrir la puerta veo un ratón con un gorro de cartero y un bolso lleno de sobres. Me dice que me está tratando de ubicar hace un largo rato. El cartero anterior me caía mejor. Agarro la carta y doy un portazo. El telegrama no me intimida. No voy a devolver el arcoiris. Que me vengan a buscar.

28.8.10

La caja

Si hubiera pasado en otra época de su vida, no hubiera tenido importancia. Si hubiera pasado cuando vestía minifalda, no hubiera tenido importancia. Si hubiera pasado cuando vivía con sus padres, tampoco hubiera tenido importancia. Pero pasó cuando cambió de década, y eso ya era otra época de su vida.

La rutina era siempre la misma. Tirar del precinto y abrir la caja. Con los años había cambiado el diseño y la presentación pero en el interior todo estaba en su lugar: 24 bombones de chocolate semi amargo rellenos de licor. Seis filas con esferas tan brillantes y perfectas que muchas veces le daba pena comerlos.

No estaba en su mejor día. Pero al menos tenía la caja. Cerró la puerta con llave y tiró de la cinta roja. Pasaron cinco segundos, tal vez seis. Advirtió con horror que faltaba un bombón. Miró alrededor de la habitación y nada. Tal vez alguien había abierto la caja antes, no era probable porque tenía el envoltorio en la mano. Un bombón menos era pensar más en lo que no tenía que pensar. No le podía estar pasando esto a ella, que era una mujer de principios. Era perverso. La caja estaba cerrada. Alguien había decidido privarla de un bombón, estaba jugando con sus sentimientos. Había meditado y premeditado no poner el bombón en la caja. Veintitrés bombones la miraban escrupulosamente y ella con verguenza apartó la mirada. No hubiera tenido importancia en otra época de su vida.