Psicodelia epistolar
Sonidos intermitentes. Un sonido y cinco minutos de silencio. Otro sonido y nada. Luego se hizo más insistente, hasta parecer una sirena de bomberos. Como si alguien se hubiera pegado a él, el timbre no paraba de sonar. No sé a ciencia cierta cuanto tiempo pasó, pero parecía mucho. Era como un mantra que me sumergía en un sopor agradable y continuo. Paró. Y volví a la realidad. No puedo dejar de mirar el cuadro torcido. Yo no lo colgué así. El marco dorado brilla demasiado. Otra vez el timbre. Me despego de la silla, primero se despega el pantalón y luego mi pierna. Al abrir la puerta veo un ratón con un gorro de cartero y un bolso lleno de sobres. Me dice que me está tratando de ubicar hace un largo rato. El cartero anterior me caía mejor. Agarro la carta y doy un portazo. El telegrama no me intimida. No voy a devolver el arcoiris. Que me vengan a buscar.