Love is like a bucket because it´s orange.

El que tenga ojos para leer que lea

18.3.11

Llamaron a comer en Duque de Caxias 1558

Llamaron a comer en Duque de Caxias 1558, donde las hamacas paraguayas no tienen nada de paraguayas y donde no existe la canilla de agua caliente porque el agua se calienta cuando toma contacto con el aire.

Ese verano Fabio no había podido venir. Hacía casi dos años que no lo veían. Le había prometido a su madre que volvería para hacerse cargo del imperio, pero parecía que el sur de Sudamérica lo tendría ocupado un tiempo más. De vez en cuando agradecía las encomiendas de feijao que le llegaban a Corrientes y J.B.Justo, pero nunca llegaba la noticia de su visita.

Señalando con una espumadera grasienta, Francisco nos mostró nuestras ubicaciones en la mesa. El reloj de pared que promocionaba una óptica marcaba las 5 clavadas hacía años, y donde estaba la ropa tendida, yacían pescados secándose al sol. Postales de verano. Le prometí una a mamá, pero mejor la llamo.

Menú ejecutivo de mediodía: feijoada, gallina, pescado y arroz. Todo junto y de una vez. Alcanzame tu plato, dejá que yo te sirvo.

La señora de la casa se sentó. Era de la casa pero no era la señora. Es decir, su verdadera señora no cocinaba como ella y él volvía todos los mediodías del salón de belleza para sentirse un marido atendido al menos por una hora.

La peluquería Darling era el negocio familiar, pero Darling era en realidad la única dueña, la que conocía bien el arte de fazer os cabelos. Y como no había horarios para ello, si Francisco quería evitar comer al lado de las pelucas afro o que le hagan las manos, debía alejarse indefectiblemente del salón en aquellas horas de fatal frenesí. A veces recordaba con nostalgia cuando María era solo María y no aquella mujer detrás de un nombre de crucero que naufraga por el Caribe en temporada de tornados.

Hoy el local contaba hasta con un bar, o un mostrador con una licuadora que es casi lo mismo. Una batida de abacaxi por favor. No, no, perdón; mejor voy a tomar una de acerola. ¿Le molesta que lo cambie? Le juro que es la última vez, pero quiero un açai na tigela. ¿Cuántos açai na tigela se comen por día? Darling debía de guardar esas estadísticas con recelo.

En el 1558 de Duque de Caxias, Regina no dijo “la mesa está servida” como lo hacen las amas de llaves, pero el hombre lo entendió así y se sentó. Los vasos se llenaron de jugo instantáneo, y la cucaracha que estaba en un rincón salió corriendo alegando estar mal del estómago.

El patrón agarró un pescado con la mano y de un tirón seco le arrancó la cabeza. Como si creyera que todas las propiedades nutricionales se alojan en esa parte, hizo lo mismo con dos o tres almas más. Lamió, succionó y masticó todas las cavidades posibles. Lejos de amontonarlos, las depositó con alegría en el plato de ella. La mujer hurgó hasta sacarle el ojo y metérselo en la boca. Silencio de ultratumba. Más de uno en esa mesa estaría pensando que sí, que puede existir gente que coma cerebro de mono como quien disfruta de un creme brulée.

Segundos después caía la bolita en el plato haciendo tuc. Luego de tres o cuatro tuc mas, no cruzó los cubiertos sobre el plato, pero todos entendimos que estaba satisfecha. Uno de los comensales intentó esconder una mueca de desagrado. Otro sólo pidió un poco más de pan.

Regina vivía en esa casa hacía veinticinco años. María y Francisco criaron a sus hijos allí. Fabiana se casó y tuvo hijos, y Fabio…Fabio prometió volver algún día. Con los años se fueron mudando todos, hasta que Regina quedó sola, como parte del inventario. Sus días se suceden unos tras otros alrededor del almuerzo. Está eternamente agradecida con Darling, la única que le refuerza magistralmente la permanente mes a mes. A veces le tiñe el cabello de caoba, porque el caoba la favorece mucho. No le gusta nada provocar, pero dicen que los muchachos por la calle la miran mucho. No sabe muy bien por qué la patrona no viene al mediodía, pero se imagina que treinta y cinco años de matrimonio podrían explicarlo.

Mientras jugaba con la pata de la gallina que todavía nadaba en salsa, Francisco me preguntó si la comida estaba rica y si queríamos un poco más. Por supuesto, un manjar; no, no, gracias. De pronto pareció acordarse de algo. Fue hasta la heladera y sacó 3 ajíes putaparió, de esos que pueden calentar a toda la humanidad y se los metió en la boca como un caramelo Media Hora.

Tolerancia gástrica. Tolerancia estomacal. Intolerancia emocional.

Una risita burlona salió de esa boca que a estas alturas ya no disimulaba unas intensas bocanadas de aire caliente. Fuego. Francisco era un dragón tercermundista, de esos que tienen que tener dos trabajos para sobrevivir. Dragón y esposo de la reina de los cabelos.

Unos minutos después, en su plato y en el de Regina sólo había cadáveres, todos en la misma fosa común de porcelana. Huesos y espinas esperaban una mejor vida. Las moscas se debatían entre la montaña de pescados que tomaban sol o los que estaban en la mesa. Que dilema. Ser o no ser mosca. A medida que se acerca la línea del ecuador, es una gran cuestión.

La hinchazón estomacal post almuerzo deformaba la inscripción de la camiseta que la Iglesia Evangelista de los Últimos Días le había regalado en la playa. El marketing de Dios no estaba teniendo mucho presupuesto por aquellos días.

Con un sonoro eructo agradeció a su fiel ama de llaves y se retiró a una siesta digestiva.

Fabio tampoco había podido venir ese verano.

En Duque de Caxias dos ojotas cayeron de la hamaca. Nada paraguaya.

29.8.10

Psicodelia epistolar

Sonidos intermitentes. Un sonido y cinco minutos de silencio. Otro sonido y nada. Luego se hizo más insistente, hasta parecer una sirena de bomberos. Como si alguien se hubiera pegado a él, el timbre no paraba de sonar. No sé a ciencia cierta cuanto tiempo pasó, pero parecía mucho. Era como un mantra que me sumergía en un sopor agradable y continuo. Paró. Y volví a la realidad. No puedo dejar de mirar el cuadro torcido. Yo no lo colgué así. El marco dorado brilla demasiado. Otra vez el timbre. Me despego de la silla, primero se despega el pantalón y luego mi pierna. Al abrir la puerta veo un ratón con un gorro de cartero y un bolso lleno de sobres. Me dice que me está tratando de ubicar hace un largo rato. El cartero anterior me caía mejor. Agarro la carta y doy un portazo. El telegrama no me intimida. No voy a devolver el arcoiris. Que me vengan a buscar.

28.8.10

La caja

Si hubiera pasado en otra época de su vida, no hubiera tenido importancia. Si hubiera pasado cuando vestía minifalda, no hubiera tenido importancia. Si hubiera pasado cuando vivía con sus padres, tampoco hubiera tenido importancia. Pero pasó cuando cambió de década, y eso ya era otra época de su vida.

La rutina era siempre la misma. Tirar del precinto y abrir la caja. Con los años había cambiado el diseño y la presentación pero en el interior todo estaba en su lugar: 24 bombones de chocolate semi amargo rellenos de licor. Seis filas con esferas tan brillantes y perfectas que muchas veces le daba pena comerlos.

No estaba en su mejor día. Pero al menos tenía la caja. Cerró la puerta con llave y tiró de la cinta roja. Pasaron cinco segundos, tal vez seis. Advirtió con horror que faltaba un bombón. Miró alrededor de la habitación y nada. Tal vez alguien había abierto la caja antes, no era probable porque tenía el envoltorio en la mano. Un bombón menos era pensar más en lo que no tenía que pensar. No le podía estar pasando esto a ella, que era una mujer de principios. Era perverso. La caja estaba cerrada. Alguien había decidido privarla de un bombón, estaba jugando con sus sentimientos. Había meditado y premeditado no poner el bombón en la caja. Veintitrés bombones la miraban escrupulosamente y ella con verguenza apartó la mirada. No hubiera tenido importancia en otra época de su vida.

30.9.09

Mabel

Está Juan. Y Julio. Y Oscar. Están Juan, Julio y Oscar y la negrura de la noche sobre el mar. Juan cree que si entorna un poco los ojos la débil luz del farol le deja ver unos metros más allá. Julio solo piensa en la discusión que tuvo con Mabel y que ella tenía razón una vez más. Oscar solo desea de una vez por todas regresar al amanecer a Jericoacoara, Jeri si hay confianza, con suficientes atunes y caballas para vender.

Primer día de trabajo. La monotonía se siente en los huesos. El horizonte es más infinito que nunca.

Julio cuenta que cuando conoció a Mabel no fue amor a primera vista. Que solo veía volados de colores que interrumpían la charla con un vaso de vino. Que primero vinieron los volados y despúes Mabel.

La red se mueve pero la ilusión dura lo que un suspiro. Un poco de viento caliente la sacude y Juan de pronto recuerda que atender la hostería no estaba tan mal.

De a poco la noche va aflojando. Las horas que parecían eternas finalmente cedieron. A Juan le gustaba como mirase donde mirase nada se podía ver. Ya comenzando el alba pudo ir divisando los límites de la barca y a Oscar. De Julio nunca más supieron nada.